[Traducción libre —no autorizada ni solicitada expresamente— de un artículo de Christian Caryl (@ccaryl), publicado en Foreign Policy]
Recientemente, el Estado Islámico bombardeó un avión de pasajeros ruso en vuelo, matando a las 224 personas que viajaban a bordo; también provocó atentados suicidas con explosiones en Beirut, en los que murieron 43 personas, y lanzó varios ataques en París que dejaron 129 muertos. Si alguien tenía alguna duda, ahora la ha disipado: la fuerza militar debe formar parte de la respuesta occidental al Estado Islámico.
Con todo, al tratar de bombardearlo hasta someterlo corremos el riesgo de crear más terroristas de los que estamos eliminando. Los propios ideólogos del Estado Islámico buscan espolear a sus enemigos hacia una reacción desmedida que cree nuevos reclutas para el califato naciente y erosione las libertades que consideramos garantizadas en occidente. Además, la fuerza militar no basta.
Occidente no podrá destruir el Estado Islámico sin una estrategia política que aborde los problemas que lo hicieron surgir.
Este grupo ha prosperado porque ha proporcionado un hogar ideológico a los Suníes más agitados de Siria e Iraq. En Iraq, ofrece seguridad y refugio a los islamistas suníes y exbaazistas que fueron duramente perseguidos por los gobiernos shiíes instalados en Bagdad después de la invasión de EE UU en 2003. En Siria, goza de una reputación como el enemigo más correoso del presidente Bashar al-Assad.
Será duro derrotar al Estado Islámico sin socavar antes su atractivo entre estas poblaciones descontentas.
La visión fundamentalista del Estado Islámico también atrae a los yihadistas y a sus simpatizantes del más amplio Oriente Próximo y norte de África. Están encantados ante la promesa de un califato revivido que haga cumplir una versión estricta de la ley islámica y desafíe a Occidente plantándole cara.
Las victorias militares sobre los combatientes del Estado Islámico contribuirán ciertamente a socavar su imagen de invencibilidad, pero si realmente deseamos derrotarlo del todo, es necesario ganar también en el terreno de las ideas. Eso incluye presentar un alternativa ideológica sólida.
Afortunadamente, tal alternativa existe: Túnez.
A pesar de los malos pronósticos, Túnez (11 millones de habitantes) ha destacado como el único caso de éxito entre las primaveras árabes. Los tunecinos se aferran a sus instituciones democráticas duramente ganadas a pesar de la considerable agitación política y económica que padecen. El partido islamista Ennahdha ha desempeñado un papel crucial en este éxito, demostrando su buena voluntad de compartir el poder con sus opositores ideológicos y permitiendo la genuina competencia política.
La decisión que llevó al comité del Nobel
a conceder el último premio de la paz a cuatro grupos determinantes para la
transición democrática del país ha supuesto el reconocimiento internacional del
logro de los tunecinos.
Si Túnez puede mantener y ampliar a sus instituciones democráticas, enviará un mensaje vital al resto de Oriente Próximo y África del
Norte. Demostrará que los árabes y la democracia no tienen por qué ser mutuamente excluyentes; demostrará a musulmanes practicantes que no tienen nada
que temer de la separación entre religión y estado, y demostrará a los liberales que no deben tolerar a dictadores corruptos como única protección
frente a las dictaduras religiosas.
Una democracia tunecina próspera y vibrante es nuestro mejor argumento en contra de la dictadura yihadista.
Ahora mismo, desafortunadamente, el experimento
democrático de Túnez está en riesgo, debido a numerosas luchas políticas internas, una gran agitación económica y una seguridad debilitada. Por tanto, es hora de que la comunidad internacional coordine sus
esfuerzos y haga todo lo posible para garantizar que Túnez consiga la ayuda que necesita.
A quien piense que estoy inventándome
todo esto, debo recordarle que fue precisamente Túnez el país que los yihadistas afines al Estado Islámico eligieron como blanco de algunos de los
primeros ataques terroristas fuera de los límites del denominado «califato», el territorio ocupado de Siria e Iraq. En marzo de 2015, los yihadistas protagonizaron
un tiroteo en un museo céntrico de Túnez, en el que mataron a
21 personas. Tres meses después, un pistolero mató a otras 38
personas en un complejo turístico de la localidad costera de Soussa. El hecho de que
ambos actos violentos tuvieran como objetivo turistas extranjeros no fue
casualidad. Los terroristas saben que la manera más fácil de someter a
Túnez es herir su
lucrativo sector turístico. Y en ese punto, parecen estar apuntándose el éxito.
Aunque no hay cifras fiables, poco tiempo después de los ataques, muchos
complejos tunecinos están cerrando ya debido a la carencia de visitantes.
Tampoco es este el único
problema al que se enfrenta Túnez. La economía no turística
también está cediendo. La corrupción —uno de los principales detonantes de la
sublevación de 2010 contra el dictador Zine El Abidine Ben Ali— continúa
presente. A pesar de varias elecciones y una sociedad civil activa, el gobierno
ha hecho poco para cambiar sus propias instituciones. En concreto, la base del
viejo estado policial, el Ministerio del Interior, todavía tiene un
gran poder con escaso control público.
La lucha contra los
yihadistas no parece ganar demasiado impulso. Túnez destaca como una de las fuentes
principales de reclutas extranjeros del Estado Islámico, lo
cual es una prueba de lo que aún falta por hacer.
Estados Unidos y la Unión Europea (con su Política de
vecindad europea) han hecho mucho para ayudar a
Túnez. Pero ahora, como consecuencia de
los ataques de París, los amigos de Túnez tienen que aumentar su apuesta.
Es hora de dar a la colaboración con Túnez una mayor prioridad en la política exterior. La comunidad internacional tiene que ayudar a Túnez a poner en marcha reformas
económicas importantes dirigidas especialmente a afrontar el desempleo juvenil y
las enormes disparidades regionales en cuanto a bienestar y desarrollo, dos
argumentos cruciales para el reclutamiento de yihadistas. Al mismo tiempo, ha
de facilitar la ayuda financiera necesaria para amortiguar los efectos posibles
del cambio. Los programas anticorrupción y otras reformas del gobierno deben
ganar protagonismo. Es preciso acelerar los esfuerzos por alcanzar un acuerdo de libre comercio entre la UE y Túnez.
En el ámbito de la seguridad, los gobiernos
occidentales deben tratar de impulsar en este país la reforma de su anticuado
aparato de seguridad, cuya mano dura y carencia de responsabilidades amenaza con
crear insurgentes a más velocidad de la que se tarda en frenar su aumento. Esta colaboración en
materia de seguridad debe centrarse especialmente en reforzar las fronteras de
Túnez, cuyas fuerzas de control no están claramente por la labor de asegurar
las enormes y porosas fronteras con Libia y Argelia.
Si tenemos en cuenta la larga
tradición de corrupción de la burocracia de la seguridad de Túnez, inyectar
más dinero y armas no parece que sea la mejor respuesta. En lugar de eso, la
comunidad internacional debe ayudar al gobierno a calcular las estrategias más
eficaces y las mejores maneras de ejecutarlas.
Imaginemos el impacto que una acertada transición
tunecina podría tener en su región circundante. Imaginemos una democracia en el
norte de África, cuyas grandes decisiones son adoptadas por representantes
electos, con sus deliberaciones aireadas por una prensa libre y con una cultura
cívica vibrante. Imaginemos una democracia árabe donde la policía y las fuerzas
de la seguridad responden a la ley. Una democracia musulmana que cree
bienestar, y lo distribuya con equidad, favoreciendo los impulsos emprendedores
de la gente corriente, asegurando el imperio de la ley, y facilitando la
auténtica competencia.
Un Túnez próspero y democrático llevaría el mensaje de que tener petróleo bajo tierra no es la única solución
que un país árabe tiene para ser próspero.
Todo esto es realizable. Túnez ha hecho ya una buena parte del trabajo. Pero necesita nuestra ayuda. Dado el tamaño de Túnez, los recursos implicados no son enormes, y las ventajas potenciales son incalculables. Elaboremos un plan Marshall para Túnez, en el que figure la ayuda de todos los países que deseen ayudar.
Traducción: @adetorre
Todo esto es realizable. Túnez ha hecho ya una buena parte del trabajo. Pero necesita nuestra ayuda. Dado el tamaño de Túnez, los recursos implicados no son enormes, y las ventajas potenciales son incalculables. Elaboremos un plan Marshall para Túnez, en el que figure la ayuda de todos los países que deseen ayudar.
Traducción: @adetorre