domingo, 17 de enero de 2016

La gente se vuelve más estúpida en una multitud


[Traducción —no autorizada ni solicitada expresamente— de un artículo de Michael Bond publicado en bbc.com el 14 de enero de 2016]

La «sabiduría de la multitud» no siempre sirve; a veces, el pensamiento colectivo lleva a las personas a tomar decisiones equivocadas

La sala inferior de un céntrico pub londinense no es el sitio que un psicólogo corriente escogería para llevar a cabo un experimento sobre la toma de decisiones. No obstante, para Daniel Richardson es perfecto. Investigador en el University College London, su interés se centra en saber cómo el pensamiento de las personas sufre la influencia de las que están alrededor. En suma, confirmar si el hecho de saber qué eligen otras personas afecta a nuestras decisiones. Con este fin, es preciso disponer de un entorno de mundo real, donde la gente pueda mezclarse y socializar, mejor que un laboratorio de psicología donde estarían en una especie de cuarentena. 



Nos hemos reunido cerca de cincuenta personas en el Phoenix Arts Club del Soho, para asistir a uno de los estudios de «participación total» de Richardson.  El ambiente es distendido, y él está de pie ante nosotros, con la camisa arremangada como si de un actor de monólogos se tratase. Sin embargo, estamos haciendo ciencia de la buena. Todos los presentes nos habíamos inscrito en una página web especialmente configurada, desde la que podíamos mover un punto sobre nuestras pantallas táctiles, que trasladaba, a su vez, un punto equivalente en una gran pantalla situada en la parte frontal de la sala. Nuestras decisiones aparecían ahí arriba para que todos las vieran (y para que Richardson pudiera medirlas). Si todos mueven su punto a la vez, la pantalla se asemeja a un enjambre de abejas agitadas. 

Cuando nos hacemos al funcionamiento, el científico lanza su primera pregunta de la prueba: «¿Has hecho trampas alguna vez en un examen? Para responder "no" moved el punto a la izquierda, para responder "sí", a la derecha». En principio, respondimos de forma aislada, con los puntos ocultos; después, lo hicimos como grupo. Richardson trata de averiguar si las dos situaciones provocan resultados diferentes.¿Somos más sinceros cuando contestamos en privado? ¿cambiamos nuestra respuesta como reacción a la de los demás? 

La gente suele adoptar la opinión la mayoría aunque sea descaradamente incorrecta

Comienza el experimento principal: ahora se nos pide nuestra opinión.  «El Reino Unido debe salir de la Unión Europea», declama Richardson.  Casi todo el enjambre de puntos se precipitó al no. «Hay que prohibir las huelgas del metro de Londres». Los puntos comienzan a moverse agitados, mientras todos buscamos la seguridad en los números. «El que va a comprar comida para sus amigos tiene derecho a quedarse con la mejor parte». Se escucha un grito colectivo de indignación, seguido de una oleada de puntos a la izquierda. ¿Pero cuántos de nosotros discreparíamos si los puntos estuvieran ocultos? 

Es una lástima que los resultados finales no se entreguen esa la misma noche, porque formarán parte de una tesis de doctorado, pero Richardson está convencido de que acabarán demostrando los efectos perniciosos de la conformidad. Las decisiones que la gente toma en el seno de un grupo tienden a estar más cargadas de prejuicios y ser menos inteligentes que las adoptadas individualmente. «Cuando las personas interactúan, terminan por ponerse de acuerdo, y adoptan peores decisiones», señala. «No comparten información, únicamente tendencias. Estamos intentando calcular por qué ocurre esto, y cómo podemos alcanzar mejores decisiones colectivas». 

Cuando las personas interactúan, terminan por ponerse de acuerdo, y adoptan peores decisiones; no comparten información, únicamente tendencias

El trabajo de Richardson sobre la conformidad está en línea con una tradición de la psicología experimental de hace más de seis décadas. En los años 50, el psicólogo Solomon Asch de Harvard demostró que la gente adopta con frecuencia la opinión mayoritaria, aún cuando es obviamente incorrecta, e incluso cuando desafía a sus propios sentidos.  En la misma década, Read Tuddenham de la universidad de California encontró que sus estudiantes daban respuestas ridículas a las preguntas simples, indicando, por ejemplo, que los bebés masculinos tienen una esperanza de vida de 25 años, si pensaban que otros habían respondido de la misma forma. 

La conformidad del grupo presenta un marcado contraste con el efecto «sabiduría de la  multitud», según el cual al agregar las opiniones de una gran cantidad de gente se obtienen respuestas o predicciones más exactas que las de cada individuo. Esto sucede solamente cuando cada miembro de una muchedumbre emite sus juicios independientemente, y es la más eficaz cuando el grupo es diverso. En grupos cohesivos, por el contrario, donde los miembros comparten una identidad, la necesidad de unidad supera a todos los demás. Por tanto, si Richardson nos enseña una foto de una ballena asesina y nos pregunta cuánto pesa esa criatura, seguro que obtiene un mejor resultado calculando una media de las respuestas que le demos por separado, que persiguiendo la dispersión de puntos en la pantalla.

Pensamos en Internet como la superautopista de información, pero, en realidad, es una superautopista de las tendencias

Esa es la teoría. Los datos de la esta noche ayudarán a Richardson y a sus estudiantes a demostrarlo, y a explorar la respuesta a la pregunta más profunda de hasta qué punto la presencia de otras personas altera nuestra percepción y nuestra opinión. Nos lanza una reflexión sobre las redes sociales: «Pensamos en Internet como una superautopista de información. En realidad, es una superautopista de las tendencias».

Twitter y Facebook son maneras maravillosas de compartir información, pero puede ocurrir que, de hecho, como lo que compartimos son nuestros prejuicios, finalmente solo estemos volviéndonos más tontos.
Traducción: @adetorre

lunes, 11 de enero de 2016

Después de Charlie

[Traducción —no autorizada ni solicitada expresamente— de un artículo publicado en economist.com el 9 de enero de 2016]

Un año después de la aplicación de duras medidas de seguridad, la izquierda francesa considera que la última supondría ir demasiado lejos

PARA la izquierda francesa, SOS Racisme, un grupo antidiscriminación fundado en los años 80, es un tesoro muy apreciado. Con sus conciertos de rock y sus consignas, se trataba de un campo de entrenamiento perfecto para políticos socialistas, y sigue siendo un recordatorio nostálgico de lo que fue la aspiración multirracial. Ahora, mientras Francia conmemora el primer aniversario del atentado terrorista contra Charlie Hebdo, SOS Racisme dirige sus protestas a sus viejos amigos socialistas: el Gobierno del presidente François Hollande y sus últimas medidas contra el terrorismo. 

En un paquete que se presentará el próximo mes al parlamento, el Sr. Hollande planea incluir en la Constitución la posibilidad de retirar la nacionalidad a los ciudadanos binacionales, nacidos en Francia y que sean condenados por actos de terrorismo. La ley francesa ya permite esto para los binacionales con nacionalidad francesa posterior. Por razones de seguridad nacional hay otros países europeos, como Gran Bretaña, que pueden retirar la nacionalidad incluso a binacionales nativos. Pero la tradición de Francia del jus soli, o el derecho a la ciudadanía para los nacidos en su territorio, hace que esa medida sea especialmente sensible.
Atentados terroristas en Europa (gráfico en inglés)
Fuente

«Es una gran traición», señala Marouane Zaki, trabajador de SOS Racisme, con ciudadanía doble francesa y marroquí. «Se diría que los ciudadanos binacionales no son realmente franceses, y que el terrorismo no fuera un problema de los hijos de la república francesa, sino solo de los que vienen de cualquier otra parte». Más de un tercio de los ciudadanos nacidos en Francia con orígenes norteafricanos tienen doble nacionalidad, según el Instituto Nacional de Estudios Demográficos. Esta semana SOS Racisme se manifestó junto a la sede del Partido Socialista en París, acusando al gobierno de intentar «insertar la discriminación en el corazón de la Constitución». 

Hasta el momento, la dura política de seguridad del Sr. Hollande ha recabado un amplio respaldo de los partidos, y aún crecerá más, después de que la policía frustrase un aparente intento de atentado en París el pasado 7 de enero. Después de los ataques en París del 13 de noviembre, el presidente intensificó el bombardeo en Siria y adoptó un enfoque contundente frente al terrorismo. El estado de emergencia, que confiere a la policía la capacidad de hacer detenciones domiciliarias y redadas en locales, durará hasta el 26 de febrero. Con todo, la propuesta de retirada de la ciudadanía, respaldada por el 85% de la población francesa y defendida con fuerza por el xenófobo Frente Nacional (FN), es considerada por muchos izquierdistas como un salto excesivo.

Rebelión de los nacidos en el extranjero 

Anne Hidalgo, alcaldesa socialista de París, española de nacimiento, tuiteó su «firme oposición» a la propuesta. «No puede haber diferentes categorías de ciudadanos franceses,» destacó Samia Ghali, senador socialista nacido de padres argelinos. El reproche más fuerte quizás sea el de Thomas Piketty, economista izquierdista y autor de libros de gran éxito de ventas, que acusó al gobierno de «trabajar al dictado del Frente Nacional».

Es poco probable que la idea de perder un pasaporte francés sirva para disuadir a los terroristas suicidas. Lo importante es contar con mejores servicios de inteligencia y de policía, algo que ya viene reforzándose también en el hexágono. Manuel Valls, primer ministro socialista (español de nacimiento), ha reconocido que la propuesta es una «medida simbólica». La oposición de Francia la apoya ampliamente, pero Alain Juppé, anterior primer ministro de centro-derecha, describió su eficacia probable como «escasa, por no decir nula».

La protesta política deja al descubierto la fragilidad de la posición izquierdista del Hollande. Elegido en 2012 para exprimir a los ricos y terminar con la austeridad, Ahora, se ha pasado a una política económica más cercana a las empresas, para consternación de su partido izquierdista. Ha presidido un doloroso aumento del paro durante tres años seguidos. Pero su retórica belicista, tras los atentados del 13 de noviembre, en los que 130 personas fueron asesinadas, supuso para él un gran despegue en las encuestas. Ahora parece confiar en que la opinión pública le dé la legitimidad para superar la disensión de la izquierda más acérrima de las libertades civiles. 

Mientras Europa se enfrenta a la amenaza terrorista, este debate puede desplazar el centro de gravedad en materia de seguridad nacional. Los franceses han sido tremendamente tolerantes ante las limitaciones impuestas por el estado de emergencia, aun cuando las 2.700 redadas policiales realizadas hasta ahora hayan destapado pocas pruebas que puedan disuadir a los terroristas. Con Marine Le Pen, el FN se ha subido a la ola del miedo. «El ascenso del FN pesa mucho en el debate político,» dice Augustin Grosdoy, del Movimiento antiracismo y por la amistad entre los pueblos, «y la izquierda no es inmune». Un año después de Charlie Hebdo, puede que Francia esté más en alerta y con más patrullas, pero la unidad efímera de los «Je suis Charlie» ya parece un recuerdo del pasado.